Por Gustavo Britos Zunín
Creo adivinar lo que se puede estar pensando después de este título. ¿No está decayendo en el mundo? ¿No es imperioso crear nuevos públicos, para que la música clásica no muera? ¿No es cierto lo que desde todos lados surgen comentarios, protestas y artículos a través de Internet?
Vayamos a algunos hechos concretos.
En mi artículo sobre el analfabetismo musical del número de octubre de la revista Conexión Música mencioné a propósito un software capaz de optimizar el trabajo de los compositores de música clásica, y también el de los estudiantes de cualquier instituto serio. Pero la tendencia, por mayoría en el mundo, es a usar esta herramienta digital para componer casi exclusivamente música pop. Y se entiende la causa. El software también permite componer sin saber demasiado de música y sin necesitar de una formación académica. Así que se ha convertido en un embudo por donde entra a chorros nada más que una clase de alumnos, los que quieren las cosas fáciles, rápidas, los que quieren que todo sea veloz y ni paciencia tienen para ponerse a escuchar una música que dure más de 3 minutos a lo mucho, con frases musicales repetitivas. ¿Una contradicción con el tema planteado? No exactamente. Por supuesto que ahí queda involucrada la cuestión de un analfabetismo musical progresivo, y sus consecuencias que deberían ser atendibles, pero esto no quiere decir que ése sea el único público existente ni mucho menos.
En Uruguay pasó algo parecido en los años 70 del siglo pasado. La guitarra se puso de moda de repente y los adolescentes se volcaron en masa hacia academias y profesores que enseñaban a "rascar" cuatro o cinco acordes para acompañar una canción que querían cantar. Fue un negoción y ni siquiera había que enseñar a leer las notas. Muchos dijeron, furiosos, que aquello iría a terminar con los que quisieran enseñar y aprender a tocar la guitarra en serio leyendo partituras. Pero no fue así. Nunca dejó de haber buenos profesores, ni alumnos jóvenes de guitarra que aspiraran a otra cosa mejor. A pesar de todo ese antecedente, la escuela guitarrística uruguaya sigue manteniendo hoy su prestigio internacional.
También pasó lo mismo con los famosos tecladitos electrónicos de 4 octavas y los cursos rápidos que ofrecían los vendedores de esos instrumentos, en todos los países del mundo. Tuvieron, y tienen, un determinado público consumidor. Pero siguió y sigue habiendo quienes quieren estudiar piano y que si deciden comprar uno electrónico compran el que tiene 88 teclas y pedales, e incluso nunca se dejaron de fabricar ni vender pianos acústicos.
Sin embargo, a pesar de que todo esto es absolutamente real, hoy se dice en el mundo que la música clásica "ya fue" y se vaticina su irremisible desaparición. ¿Por qué? Porque - se dice - es del gusto de los ancianos. Pero ¿cuántas veces ya se dijo eso antes? ¿Es que nadie ve que esos ancianos de hoy vivieron sus años mozos en aquella época de los años 60, donde el eslogan de moda era "la música para la juventud" y todo lo demás era anticuado y llamado a desaparecer? ¿Nadie ve que hoy, pese a aquellos vaticinios, hay gente de 18 ó 20 años estudiando en conservatorios, integrando conjuntos de música barroca o siendo parte de orquestas sinfónica en el mundo?
El mercado está ahí, y lo que el tiempo demuestra es que es un mercado muy persistente - lo que no es poca cosa. Que se diga que a los políticos eso no les interesa, que hasta se vea que los hay quienes quieren tirar abajo la cultura, aunque sea cierto que a las empresas multinacionales de espectáculos les interese hallar maneras de vender basura, y por cierto todo eso también es un hecho… pero no invalida lo otro y "aquel" otro público sigue ahí. ¿Cómo respetarlo? Esa es la pregunta, cómo respetarlo.
Salvo excepciones claro está, no es muy simpático que a uno lo señalen como parte de una élite apartada del mundo. Es bastante irrespetuoso. A ver, ¿es cierto que la música clásica tiene una connotación de élite? ¿Será por eso que hay tanta gente que no le atrae ir a un concierto? ¿Habría que limpiar la ceremoniosidad y ser más distendidos? También se ha dicho todo esto. Pero ¿es que nadie nunca vio cómo se usa la palabra "concierto" para jerarquizar un espectáculo pop? ¿Nadie vio que ya hace un siglo que no se ve a nadie vestido de frac para asistir a un concierto de música clásica?, y - entonces - ¿qué importancia tiene organizar ahora uno donde el público vaya vestido como le dé la gana? Y en la contraria, ¿nadie vio shows donde desde los presentadores hasta los propios artistas pop se visten de gala? ¿Nadie observó el entorno "clasista" – sea dicho con ironía – en las ceremonias de entrega de los premios Grammy, por ejemplo, en donde predomina el pop pero hasta el público viste de primera línea?
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Para que se entienda fácil lo que quiero decir, la cuestión no está en tirar abajo la imagen que tiene la música clásica, sino en educar a la gente en un sentido parecido a la literatura. No todos leen una novela genial en un libro de 400 páginas, ni todos escuchan una sinfonía de 45 minutos de duración, pero a nadie se le ocurriría decir que porque hay un montón enorme de gente que lee nada más que frases cortas en las revistas de chismes y noticiones de escándalos de artistas de la TV, para enterarse de si fulano o mengano se peleó con una modelo que era su novia, entonces, por eso, ¿para qué nos vamos a preocupar en tratar que desde la escuela los niños, y más tarde los jóvenes, vayan siendo alentados a poder apreciar el buen arte literario? A ningún pedagogo se le ocurriría decir eso, y pelará duro si a los políticos se les ocurre decir eso, pero... si de música se trata, es grande la cantidad de pedagogos que siguen pensando en sistemas de hace tres siglos o, si no, enfatizan en que a los niños hay que enseñarles algún “chingui-chingui” como "música infantil" sin pensar en que justo a esas edades es que la ciencia investigó que se forman las preferencias musicales para toda la vida.
La alarma general acerca del destino de la música clásica viene de que se está tratando de alcanzar una clase de público, mientras se está casi ciego frente al público que pertenece al mercado más persistente que cualquier otro en la música. La cuestión no está en si hay mucha o poca gente que escucha a Beethoven, sino en que todavía hay gente que lo escucha incluyendo jóvenes. Cuando asistimos a una ópera, la cantan los jóvenes y no unos cuantos viejos caducos con voces cascadas, y Verdi o Donizetti siguen vigentes. ¿Quién recuerda hoy, en el siglo XXI, a la mayoría de las estrellas pop que hacían furor en los años 50 ó 60 del siglo pasado? Pues casi nadie, excepto… los ancianos. ¿Y eso quiere decir que el género pop está en crisis? ¿Que hay que crear nuevos públicos? Claro que no, y esto es algo que los promotores en el género saben muy bien, y es por eso mismo que respetan a su propio público y constantemente tratan de ser creativos para mantener constante el interés a toda costa. En la música clásica, en cambio, no. ¿Por qué no? El meollo está en que el género clásico se distingue porque incluye valores artísticos permanentes que se pueden enseñar a apreciar, pero eso no se atiende en la medida suficiente. Hay algo que pasa a la vez por la educación y la publicidad, y son dos aspectos descuidados más de lo que se cree.
La pedagogía de la música está desinformada respecto a lo que la ciencia moderna le puede aportar, mientras los medios publicitarios recién están despertando a la modernidad cuando promueven la música clásica y no siempre son buenos los métodos ni los resultados de ese despertar.
No nos preocupemos tanto de que haya quienes esa música no les entre en el oído ni con un taladro. También hay gente – de todas las edades – que jamás le interesa leer literatura que valga la pena. “La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta” – ha dicho el escritor británico Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) en cierta ocasión refiriéndose a un fenómeno que tampoco es exclusivo de hoy. Dejemos de gastar energías, ingenio y dinero en apuntar equivocadamente hacia el público más reacio. Respetemos en cambio al público constante, el que también equivocadamente se le quiere llamar de “élite”, y dejemos de lamentarnos de que la mediocridad está cundiendo.
Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, no sería sensato ignorar algo antes de terminar este artículo. Ya lo he dicho en otras oportunidades. La falta de información, en cualquier terreno, es un hecho grave. Tan grave que permite orientar a voluntad la opinión pública. Cuando una sociedad entera cree que la información que recibe con insistencia cada día es la verdad absoluta, la gran mayoría comienza a comportarse en forma dirigida por las mismas informaciones.
En la música esto va mucho más allá de aquella famosa “guerra” entre manifestaciones cultas y populares y las teorías en boga sobre la "inclusión". Si todos los medios, la TV, las emisoras de radio, los diarios y revistas, las editoras de CDs y DVDs, los grandes shows para multitudes, todo, absolutamente todo demuestra hasta mediante estadísticas “cual es” la música preferida por todos, parecería un hecho incontestable. Tan incontestable como que hay millones de personas que, por simple ignorancia, creen que eso que siempre se escucha es“la música” y ni imaginan que exista algo diferente.
No sería inteligente negar un hecho real. Sucede que la orientación planificada de las preferencias musicales del gran público es uno de los ejemplos más sutiles del marketing. Lo que llama más la atención es la forma como se podrían objetar las preferencias, no tanto subjetivamente, sino más bien desde el punto de vista de la psicología del marketing empresarial. Si yo fabrico determinados productos y consigo inundar el mercado, al poco tiempo el público irá olvidando casi todos los demás productos por falta de oportunidades para comparar. Las ventas serán seguras por la monopolización del mercado. Una vez alcanzado ese objetivo, si alguien tuviese una idea tan estrafalaria como preguntar si será verdad que todos estamos consumiendo productos de alta calidad, esa persona sería una rareza.
Todavía no se llegó hasta ese punto, pero parecería que se va en camino. Quien no tuviese conocimiento previo, no tendrá oportunidad casi ninguna de saber que la música clásica existe. Este sí es un peligro y en donde se lo ve más acentuado es en los países sudamericanos - sin que sea exclusivo de esta región.
Esta salvedad nos debe alertar, todavía más, para cuidar - y respetar muchísimo - al público que sigue demandando escuchar música clásica y también estudiarla.
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NOTA: Este artículo es reproducción del publicado en el Blog de Conexión Música
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