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lunes, 27 de abril de 2015

UN PLAN DE ACCIÓN




En mi artículo anterior  propuse la creación de una institución privada, una que sea capaz de contrarrestar una posible realidad irreversible: ¿Hay que decirle adiós a la música clásica en Uruguay?

La pregunta obvia es ¿cómo llevarlo a la práctica? ¿Se podrá? De esto quiero hablar ahora.



Una perspectiva a tener en cuenta.
Acerca de cómo hacer viable el proyecto de la índole que propongo, hablaré en un próximo artículo. Hoy quiero llamar la atención sobre una perspectiva real que, muy probablemente, definirá el éxito o el fracaso del emprendimiento, e incluso si vale la pena o no intentarlo. 

Hay todo un trabajo que comenzó nada menos que allá por los años 80 del siglo pasado, en sentido de conscientizar al público acerca de la importancia de la “identidad uruguaya” en la música. Esa política cultural parecería haber llegado a un punto culminante en 2015, o sea más de 40 años después. Y eso es mucho tiempo en el sentido educativo. Entre quienes abrevaron de aquellas fuentes, puede ser que hoy se encuentren personas que ocupan altos cargos en la programación de espectáculos musicales. 

Lo que llama mucho la atención, no es tan sólo la reducción progresiva de oportunidades para escuchar a los genios más grandes de toda la historia de la música. También se reducen las oportunidades de presentarse en público a los intérpretes y – nunca está de más repetirlo - también se excluye a los compositores uruguayos. Y éso es una gran contradicción. ¿Acaso todos ellos, compositores e intérpretes, no forman parte de nuestra identidad? ¿Q es lo que se ha venido entendiendo como “nuestra identidad”?

Muchos ya saben la respuesta y a consecuencia de toda esa política “cultural” debemos preguntarnos:

¿Todavía queda público en Uruguay para la música clásica?

No cabe hacer aquí un verdadero estudio de mercado, pero responder a esta última pregunta nos lleva a predecir, en lo posible, si el emprendimiento será rentable. Y eso sería decisivo. Nos llega un dato interesante del propio Sodre en su página oficial que informa:

      “Hoy los conciertos sinfónicos de la OSSODRE son todo un éxito a juzgar por el público que colma las dos mil localidades de la sala Fabini, éxito logrado en parte gracias a las bondades acústicas del Auditorio”

Esto se puede entender de muchas formas, pero más adelante el mismo informe reconoce:

      “Aún queda mucho camino por recorrer y el panorama es muy esperanzador. Una importante compra de instrumentos con el apoyo de la AECID, la creación de la Gerencia de la OSSODRE en abril de 2011, la inauguración de su sala de ensayos en abril de 2012 y la compra de un piano Steinway de concierto, son mojones de gran relevancia con un impacto positivo tanto para los músicos como para el público en general.”

Y continúa diciendo:

      “En muy poco tiempo los aportes de Stefan Lano están generando un acelerado proceso de mejoras cualitativas a nivel artístico, que sumado a la interesante programación y a la participación de solistas de primer nivel (…) han acercado nuevamente al público, agotando las localidades a los conciertos de la temporada.” 
 
Y concluye así:

      “Gracias a las bondades del Auditorio Nacional, el Sodre retomó en 2011 el camino de la puesta en escena de las grandes óperas con Eugenie Onegin de Chaikovsky, bajo la dirección musical de Lucasz Borowicz y en 2012, con entradas agotadas, Turandot de Puccini, bajo la dirección musical de Stefan Lano. Todo indica que la OSSODRE retomó el prestigio de otrora.” 
 
Habiendo sido así hasta 2012, respecto al público, ¿cómo se entiende lo que el Director Artístico dice al respecto? Citábamos una declaración suya en el artículo anterior, y ahora la repetimos pues viene al caso:

      “En los primeros conciertos que hicimos aquí en el Auditorio, una sala gigante de casi 2000 espectadores, uno miraba a la platea y veía 300 cabezas nevadas en el medio.”

¿Con cuál de las dos versiones nos quedamos? No es muy probable que el SODRE falsee un hecho y lo publique en su propio sitio web, así como tampoco es probable que el Director Artístico haya dicho algo que no vio. Y que, en ambos casos, el propio público podría en definitiva desmentir o confirmar. La conclusión lógica es que si “falta público” para la música clásica, en cualquier momento que sea, es algo que no se debe tomar a la ligera porque lo que en realidad falta es calidad de la gestión y un buen marketing. Y es eso lo que hay que considerar, en lugar de justificar que hay motivos para que los recursos se apliquen a estrategias empresariales dirigidas a “otros públicos”.

Todo indicaría que el resultado de las ideas de los organizadores no se debe confundir con otra realidad: el público para la música clásica existe, hay disconformidad de parte de los músicos y lo vienen expresando de tiempo atrás – como se aprecia en el video a continuación – y todo dice que cualquier esfuerzo en alcanzar un nivel de excelencia sigue siendo en vano por los caminos que hoy se siguen, e incluso las inversiones que el propio SODRE hizo para recuperar el prestigio de antaño también habrían sido en vano.



Pero todo esto no debería ser un motivo de frustración e impotencia. Debería ser un estímulo para recordar permanentemente que el público existe y está esperando.

¿Hasta cuándo hay que esperar?
 Si todos ustedes, que ahora están leyendo, buscan aunar esfuerzos para llegar hasta quienes estén a favor de restituir a la cultura uruguaya el valor que está perdiendo, si éso se consigue quizá a través de cadenas de vinculaciones, el objetivo de cambiar las cosas podrá ser alcanzado.

Por eso he abierto un canal especial a fin de que quienes quieran comunicarnos algo que no desean que se haga público a través de este blog, puedan hacerlo con la necesaria privacidad total. Un proyecto adecuado deberá empezar a ser formulado y sobre bases sólidas. Para comunicarse en privado es solamente hacer clic aquí.

Es muy triste ver músicos que se han preparado para alcanzar la perfección técnica y artística necesaria para componer una sinfonía, un cuarteto de cuerdas, una sonata, etc., o para interpretar las obras de los mayores genios de la música de todos los tiempos... y de pronto se vean sujetos al capricho de los programadores de espectáculos que les obligan a usar no más de un 10% de las capacidades. ¿Hay alguien que piense que tanto da que una orquesta sinfónica acompañe a una murga o a un cantante pop dirigidos por alguien que solamente agita los brazos para marcar el ritmo, o en cambio, que lo haga a la par del coro en la Novena Sinfonía de Beethoven, o en la “Resurrección” de Mahler, bajo la batuta de un gran maestro?

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